Restableciendo las Bases

Perspectiva – Misiones, en su concepto más amplio, puede definirse como la “responsabilidad total de los cristianos hacia el mundo dada por Dios” y su objetivo “de darle gloria a Dios haciendo Su voluntad, de acuerdo a lo que dice Su Palabra para alcanzar al mundo para Dios” (Mark Hanna de I.S.I.) Definiéndolo en una forma más específica, misiones es la comunicación trans-cultural del evangelio y el objetivo es un testimonio continuo de Cristo en cada uno de los diferentes grupos étnicos.

La revelación que Dios hace de Sí mismo a través de la creación, la historia, y en persona, fue un proceso progresivo y acumulativo, alcanzando el clímax en la persona de Jesucristo. Esto fue registrado en las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Una parte esencial del cuidadosamente elaborado plan de Dios es el entregar esta revelación a toda la humanidad, a lo largo de las generaciones, hasta el retorno de Cristo. Jesucristo lo dijo en forma muy clara a Sus discípulos: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:46-47). “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mt. 24:14). Su parte era absolutamente esencial para la salvación de todos. Igualmente esencial es que esta salvación sea proclamada a esos todos. Esta es nuestra parte. Y fue Cristo mismo quien puso nuestro papel a la par que el suyo. Es claro que El nos dio la responsabilidad de comunicar las buenas noticias a todo grupo étnico cuando El de inmediato encargó a sus discípulos “y vosotros sois testigos de estas cosas” (Lc. 24:48). Con el mismo aliento El prometió total equipamiento divino para la tarea: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (v. 49). Bien sabía El que ni ellos ni nosotros podríamos jamás completar nuestra parte de la tarea por nuestro propio esfuerzo y criterio.

Había otro factor en el que El hizo hincapié después de Su resurrección y antes de Su ascensión, y éste es el papel que tienen las Escrituras testificando acerca de El. “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de El decían” (Lc. 24:25-27). Luego, dentro del contexto en que comisionó a los discípulos, El nuevamente dijo, reiterando ambos por declaración y repetición: “‘Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.’ Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: ‘Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas’” (Lc. 24:44-48).

Aquí tenemos los tres elementos indispensables para llevar a cabo nuestra parte de la tarea: las Escrituras como la autoridad del mensajeel Espíritu Santo quien capacita para la tarea, y los discípulos mismos como los responsables de llevar las buenas noticias. El Espíritu de Dios, la gente de Dios, y la Palabra de Dios todos abocados a hacer conocer a todas las naciones la última revelación de Dios en Jesucristo. Si falta alguno, el ministerio del otro se ve seriamente afectado. Sin el Espíritu la Palabra es letra muerta, y lo mismo la gente. Sin la Palabra, la gente carece de autoridad y el Espíritu se ve sin Su arma preferida. Sin la gente, la Palabra no puede ser entregada y el Espíritu no tiene un portavoz. Tú y yo, así como las Escrituras que llevamos son igualmente cruciales para el completamiento de la obra de Dios Espíritu Santo en este mundo.

En la realización de este vasto programa, se necesita hacer muchas y diferentes cosas. El Espíritu Santo, quien es el cerebro de toda la operación, asigna diferentes responsabilidades al cuerpo de Cristo “como El quiere” (1a Co. 12:11). Cuando nos unimos a Wycliffe, nosotros afirmamos creer ser uno de aquellos sobre los que El puso carga y responsabilidad por entregar las Escrituras a quienes aún no las tenían en su propia lengua. Creemos que ésta es precisamente la asignación que Dcsdios nos ha dado, en medio del cuadro total de lo que El está haciendo en el mundo hoy en día, y entre los multitudinarios y variados ministerios que El ha encomendado a Su iglesia. También creemos que El no solo considera esta tarea como importante sino también esencial, y no sólo esencial sino urgente, para ser completada lo más pronto posible.

Principios de la Traduccion de la Biblia

Que la iglesia debería dar mayor prioridad a las Escrituras, como elemento esencial en su obra misionera, debería darse por descontado si no fuera por el hecho que históricamente y en el presente, la disponibilidad de las Escrituras ha sido usualmente de segunda importancia para predicar u otros tipos de minis-terio verbal.

La función de los documentos escritos, las Escrituras, no está implícito solamente en la Gran Comisión, sino, creo, explícitamente expuesto como parte de esa comisión. En Mateo 28:19-20, para tomar de muestra un pasaje de la gran comisión, Cristo le encomendó a sus discípulos: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” (Mt. 28:19-20a). Hacer discípulos aquí cubre dos aspectos importantes: en primer lugar, ganarlos para la fe en Jesucristo y hacer alianza con El, siendo el bautismo el símbolo de ésta; y segundo, enseñándoles a obedecer todas Sus órdenes. “Enseñarles a obedecer todo lo que El manda” es, en mi opinión, imposible sin las Escrituras.

¿Por qué cuando Cristo dio la instrucción de “abrir sus mentes para que entiendan las Escrituras” y cuando les prometió el Espíritu Santo, El dijo que el Espíritu “no hablará por su propia cuenta” pero “El os guiará a toda la verdad” (Jn. 16:13)? Yo creo que porque las Escrituras en sus vidas y en sus labios, y el trabajo del Espíritu Santo debería ser reconocido como esencial e indispensable para el cumplimiento de la tarea.

Cuando Pablo le escribe a Timoteo, igualmente le hace recordar que las Escrituras no sólo proveen la base para la fe pero también el medio para la enseñanza. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia (o vivir una vida recta), a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2a Ti. 3:16-17). Lo que aquí escribe Pablo, por inspiración del Espíritu Santo, no es más que una reiteración ampliada de lo que precisamente involucra el mandato de Cristo de “enseñarles a obedecer todo lo que os mandado”.

Pero en el plan de Dios, a Pablo se le encargó revelar algunos detalles que no habían sido explícitamente expresados en las Escrituras. Cuando les escribe a los creyentes de Éfeso, les dice: “Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles; si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros; que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu; que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Ef. 3:1-6).

Escribiendo sobre el mismo asunto a los Romanos: “Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre” (Ro. 16:25-27). En estos pasajes Pablo declara varias verdades acerca del propósito de Dios para hacer a los creyentes judíos y gentiles miembros de un sólo cuerpo. Primeramente, esto no fue revelado en el Antiguo Testamento, pero sí a él y a los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento.

En segundo lugar, el declara que esta verdad fue manifestada en “lo que ya he escrito brevemente” y en términos más amplios, “por las Escrituras de los profetas” , es decir, los escritos del Nuevo Testamento, los cuales fueron inspirados por el Espíritu Santo y escritos “según el mandamiento del Dios eterno”. Tercero, la razón por la que estas cosas fueron reveladas y escritas fue para dar “a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe”. Y eso es lo que precisamente dijo Cristo cuando encomendó la gran comisión. En ese tiempo, Pablo ya veía el Antiguo y Nuevo Testamento como parte integral en la tarea misionera de la iglesia a nivel mundial “según el mandamiento del Dios eterno”.

Durante su ministerio en la tierra, Cristo no deja lugar a equivocaciones cuando responde a todo aquel que antepone cualquier otra cosa a las Escrituras. A aquellos que dan prioridad a las tradiciones, El les dijo: “¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?… así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición… enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mt. 15:3,6,9). A quienes sostenían que los milagros eran mayor señal les dijo: “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. El entonces dijo (el hombre rico en el Hades): No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lc. 16:29-31). Por supuesto la declaración de Jesucristo fue corroborada por la incredulidad que siguió a la resurrección de Lázaro y la suya propia.

A los existencialistas que darían prioridad a lo visual y palpable, sería suficiente con señalar hacia el hecho que cuando los discípulos enfrentaron a Cristo resucitado “Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados” Cristo los refirió a las Escrituras como la base segura para creer lo que habían visto, en lugar de sus propias emociones o la experiencia como testigos oculares. (Lc. 24:41,44). Aún más, Cristo hizo de las Escrituras la base fundamental de su propia credibilidad personal: “porque si creyeseis a Moisés, me creerías a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?” (Jn. 5:46-47).

A la luz de estas poderosas declaraciones de la Escritura, corroboradas por la historia y nuestra propia experiencia, reafirmemos la prioridad y urgencia de dar la Palabra escrita a todo grupo étnico. Dios dispuso que a través de la predicación de la Palabra (no solo por el acto de predicar, ver 1a Co. 1:21) muchos serían salvos.

La lengua materna y la traducción.

Así como Dios no repitió su revelación original para cada generación (razón por la que ordenó se escribiese), tampoco El dio una revelación especial a cada grupo de gente distinto o de otra lengua (por lo que debe ser traducida).

Dios hizo del lenguaje su medio más adecuado de comunicación con la raza humana y de los miembros entre sí. Aún la encarnación, sin la explicación que Cristo hizo con sus propias palabras, no era auto-explicativa (Jn. 17:8). “porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste”. La gravedad del pecado del hombre y el carácter drástico del juicio de Dios puede verse cuando El confundió el lenguaje, fragmentando la humanidad y separándola, excepto a aquellos que habían recibido la revelación del conocimiento de la verdad. Sin embargo, en este caso Dios no abandonó el uso del lenguaje sino que continuó usándolo como Su propio medio de comunicación con la humanidad.

Al ordenar que escribieran lo que El había dicho, estableció el principio que los documentos escritos (aunque no preserven todas las características de la comunicación oral) no son solamente sustitutos adecuados de lo hablado sino necesarios (ya que poseen cualidades que la palabra hablada no tiene).

Dios también estableció el precedente y principio que en un mundo donde se habla diversas lenguas, el lenguaje de comunicación es en la lengua de la gente a la que se le está hablando. Su revelación a gente de habla hebrea fue dada en forma oral, luego escrita en hebreo. Las porciones que eran de especial interés para los arameos fueron escritas en arameo. Cuando Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, El usó el lenguaje de la gente en medio de la cual estaba viviendo. Para el mundo de habla griega, el mensaje de Cristo fue predicado y escrito en griego.

En situaciones en las que una persona entendía más de un lenguaje, Dios estableció el principio de que la lengua materna era preferible para tratar con asuntos más profundos. El Espíritu Santo demostró esto en forma dramática a los discípulos que acababan de ser instruidos a ir por todo el mundo, predicar el evangelio a toda criatura, y hacer discípulos a todas las naciones. Dios, quien anteriormente había confundido la lengua de la raza humana, estaba sin duda alguna consciente de la variedad lingüística que se les presentaba. El sabía que el griego, en la parte oriental del Imperio, era “el lenguaje que se hablaba en las ciudades únicamente” (Brock, “El Fenómeno de la Traducción de la Biblia en la Antigüedad”) e inadecuado para alcanzar a todos aquellos a quienes sus discípulos iban a encontrar en el camino, como Bernabé y Pablo iban a descubrir horrorizados entre la gente de Licaonia y Listra. De manera que en Pentecostés la lengua franca en esa parte del Mediterráneo fue obviada por las lenguas regionales y locales de los hogares de donde provenían.

No mucho después, Jesucristo mismo, hablando desde el cielo a su archienemigo Saulo de Tarso, ignoró el lenguaje de su ciudadanía romana, del cual Saulo estaba tan orgulloso, el lenguaje culto y académico que Saulo hablaba con fluidez, y le habló en el lenguaje de sus años de infancia, el de su crianza en el hogar, el arameo.

La importancia e impacto de esto no pasaron desapercibidos para Saulo, quien muchos años más tarde todavía se refería a esto como un factor significativo en los eventos de dicho día, y cuando se enfrentaba a enemigos que querían acabar con su vida, recurría a su lengua materna como una táctica eficaz para ganarse el derecho a ser oído.

Aunque el arameo oriental, dialecto de Galilea, era menospreciado socialmente en Jerusalén, aparentemente Jesús y Sus discípulos lo usaron incluso en sus visitas a Judea, con todo el oprobio que esto ocasionaba del populacho en aquel lugar. Y Cristo consideraba Su dialecto local lo suficientemente apropiado para transmitir verdades espirituales, sin perder la esencia de las mismas , cuando le dijo a Su Padre: “porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (Jn. 17:8).

Con todas sus imperfecciones, La Septuaginta, traducción del Antiguo Testamento, fue a menudo citada por Cristo como la Palabra de Dios y con autoridad, lo cual debería infundir suficiente ánimo a los traductores de hoy.

Asimismo, es reconfortante saber que aunque los lenguajes cambian y se necesitan revisiones, esto no impide la continuidad del mensaje transmitido “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35).

Cuando en 1a. Corintios 14 se discute el hablar en lenguas, el apóstol Pablo, entre otras cosas, pone especial énfasis en el papel comunicativo y social del lenguaje. Más importante que lo privado y estático es la relación inter-personal. Inteligibilidad es más importante que rapidez o verborrea. Toda lengua es legítima y efectiva para comunicar. No hay lugar para juicios de carácter etnocéntrico -dos personas que hablan distintos lenguajes son igualmente foráneas la una para la otra. Pablo enfatiza lo fútil que es usar en la congregación un lenguaje que no se entiende, especificando que el que habla tiene la responsabilidad de interpretar o quedarse callado. Una ilustración de lo que Pablo especifica es la sensibilidad y cuidado que el Espíritu puso en los escritores del evangelio cuando, pensando en sus lectores griegos, que no hablaban arameo, ellos añadían a los términos arameos que usaban : “lo cual interpretado quiere decir” .

A la luz de tan fuerte respaldo de las propias Escrituras más el testimonio de la historia y nuestra propia experiencia, reafirmemos nuestro compromiso a la máxima inteligibilidad en las traducciones a la lengua materna.

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