El Cuaderno

Anónimo – La maestra de educación pública no sabía en qué se metía. Había sido asignada a este pueblo pequeño por las autoridades educativas. No fue su primera elección – tardaba tres horas viajando en la parte trasera de un camión de carga para llegar desde la “civilización”. Estaba a 10 horas de la ciudad donde ella radicaba. Era un pueblo de tan solo 750 habitantes, pocos de los cuales dominaban mucho del español. Hablaban el mixteco, uno de los más de 60 grupos mayores de idiomas indígenas de México. Eran demasiado pobres, campesinos que apenas subsistían con lo que sembraban en sus tierras rocosas, escasamente suficiente para alimentar a sus familias. Sus casas tenían piso de tierra y un solo foco para iluminarse. Cocinaban sobre un fogón y elaboraban sus propias tortillas. Ellos habían prestado un pequeño cuarto, también con piso de tierra, a la maestra, a un lado de la escuela.

A pesar de su pobreza la gente era generosa. Compartían con ella de lo poco que tenían, felices que ella había venido para enseñar a sus hijos, muchos de los cuales llegaban a la escuela sin saber hablar el español o tal vez no más poquito. La maestra dedicaba tanto tiempo al enseñarles español como todas la otras materias juntas.

Todo relacionado con la vida en ese pueblo fue duro. Ella nunca había visto pulgas tan grandes. Pero ella no era de aquellos que fácilmente se dan por vencidos. Cuando apenas recibió la noticia que había sido asignada a enseñar en ese lugar lejano se resistió. Pero después de orar al respecto sintió que Dios le estaba llamando a ir. Así que a pesar de las dificultades ella bien sabía que estaba precisamente donde Dios quería que estuviera. Esta convicción fue confirmada al darse cuenta que las personas de ese pueblo, aunque eran católicos devotos, casi no entendían nada de la Biblia. El sacerdote llegaba una vez al mes para oficiar misa y otras ceremonias pero no explicaba la Biblia.

Previa a la llegada de la maestra llegó un cristiano de afuera que predicaba el evangelio mientras vendía zapatos. Ella empezó a enseñar coritos cristianos a los alumnos y realizaba estudios bíblicos para los adultos. Mucha gente empezó a asistir. Estaban hambriados por la Palabra de Dios, conscientes de que era algo bueno. Sin embargo, pocas personas entendían mucho de lo que ella enseñaba ya que ella solamente pudo explicar la Biblia en español. Hubo un hombre que había viajando más y había aprendido más español que los demás. Él llegó a ser el primer creyente en el pueblo. Ella lo puso a traducir al mixteco lo que ella decía. Esto fue dificl para él, ignorando cómo decir en el mixteco tantos de los conceptos bíblicos que ella enseñaba. A veces él usaba una mezcla de palabras de español y mixteco, pero resultaba poco provechoso para la gente.

Poco después el padre de aquel hombre, ya anciano, empezó a asistir a los estudios y aceptó el mensaje de salvación. Era un hombre que durante su vida se había emborrachado al punto de perder la razón tantas veces que perdió la cuenta. Él y sus compañeros eran músicos que tocaban en las fiestas. A pesar de su nueva confesión de fé, no pudo resistir la tentación de tocar su violín y emborracharse con los demás en estas fiestas.

Un diá, estando crudo, su hijo le confrontó y le dijo que si de verdad iba a seguir a Jesús tendría que romper con el pasado y vender sus instrumentos. Fue doloroso vender sus amados instrumentos, pero sabía que fueron la fuente de sus problemas, y jamás volvió a tomar.

Al transcurrir el tiempo y al crecer su fé, sintió lástima por su esposa y otros que no entendían el español. Vez tras vez leó su Biblia para ayudarle a volver a dominar la lectura en el español. Pero ardía su corazón con el deseo de ayudar a otros. Sintió que ellos necesitaban la Biblia en el mixteco, no no más una traducción espontanea como les daba su hijo. ¿Pero qué podía hacer? Ni existía un alfabeto para el mixteco que él hablaba.

Era muy dura la vida de aquel anciano. Se madrugaba y se develaba. Tejaba sobreros y canastas de palma para ganar dinero extra para sus gastos. Trabajaba duro arando sus campos pedregosos con una yunta con un arado que él mismo fabricó. Participaba en el trabajo comunitario, como por ejemplo ayudando a construir la primera escuela del pueblo o reparando las calles. En varias ocasiones sirvió en cargos de liderazgo en el pueblo. Había estado trabajando desde que era pequeño, ya que tuvo que abandonar la escuela para hacerse cargo de los chivos de la familia desde que tuvo siete años.

Tenía cinco hijos vivos. Otros cinco había muerto en su infancia. Su dieta consistía de tortillas, frijoles y yierbas. Raramente tenía la oportunidad de saborear carne. Ahora se llenaba sus noches asistiendo a los estudios o leyendo su Biblia vez tras vez. Descubría cosas maravillosas en ella las cuales no podía disfrutar su esposa y otros. Oraba a Dios sobre algo que podría hacer para ayudarlos.

Un diá se fue a la tienda y compró un pequeño cuaderno. Utilizando las letras del español empezó a traducir al mixteco Lucas 24, la historia de la resurrección. ¡Qué noticias tan buenas! Pero era muy dificil. El mixteco cuenta con tantos sonidos que no existen en el español. Y tantos conceptos bíblicos que no sabía expresar en mixteco. ¿Cómo pudiera hacerlo un hombre que solo estudió dos año de primaria?

El anciano ahora sostenía en sus manos un cuaderno con varios capítulos de la Biblia trasucido al mixteco. Sintió que habiá sido el trabajo más duro que jamás había hecho en su vida. Más duro que cultivar sus campos que eran de casi pura piedra. Más duro que cargar leña por veredas desde la montaña hasta el pueblo. Más duro que tejer sobreros y canastas de palma por diez o doce horas. Pero Dios le había ayudado. Había ideado una manera de escribirlo, por lo menos una manera que él podía leer.

Aún así se sentiá inadecuado. ¿Quién era él para estar traduciendo la santa Palabra de Dios? ¿Qué tal si hubiera malentendido algunos versículos y los estaba explicando de manera equivocada? Leyó en el libro de Apocalipsis que los que añaden o quitan de la Palabra de Dios son maldecidos. Así aunque siempre llevaba su cuaderno al esudio, no leía de él en voz alta.

Pero una noche fue diferente. Sintió un mover en su corazon. Un fuego en su alma. Ya no podía quedarse sentado. La gente se estaba durmiendo. Sus pensamientos vagaba a otras cosas. Varias personas conversaban en voz baja. Unos pocos ya ni llegaban a los estudios. ¿Para qué ir si entendián tan poquito? Así que se atrevió ponerse de pie y dijo que tenía algo que quisiera compartir. Con las manos temblorosos abrió su cuaderno y se posicionó bajo el único foco en el cuarto. Suspiró profundamente y comenzó a leer, al principio lentamente y sin fluidez. Escuchó varios suspiros al darse cuenta la gente que estaba hablando, o más bien, leyendo en mixteco, la lengua de su corazon.

Continuó leyendo, cobrando fuerza y confianza conforme avanzaba. Al alzar la vista pudo ver que estaban llorando algunas de las señoras. Ya nadie estaba dormido ni cabezeando. Ya nadie conversaba. Ya nadie se levantaba a cambiar de lugar. Todos estaban enfocados en él y lo que decía. Él continuó. La luz de la comprensión brilló en los ojos de la gente. Leó durante largo tiempo. Estas personas jamás serían iguales – ni tampoco él.

Después de un poco más de dos años en este pueblo las autoridades educativas tomaron la decisión de tranferir la maestra a otro lugar. Se partió con un corazón pesado pero contenta por el hecho que ella habido plantado semillas. Ella sabía que los estaba dejando en las manos de Dios.

Pasaba el tiempo y el cuaderno del señor se llenaba. A pesar del gran sacrifico personal que representaba, él continuó traduciendo más capítulos. Su producción de sombreros y canastas bajó bastante. Tenía menos dinero que nunca. Pero no se detenía. La Palabra de Dios era más importante. Dios siempre proveó los suficiente para sus necesidades.

Ya que se había ido la maestra, él estaba leyendo en casi todos de los cinco cultos que tenían semanalmente. Algunas mujeres, además, llegaban a su casa cada semana para oírlo leer. La gran barrera del español se estaba derrumbando. Dios ya no era un “extranjero”, un forastero. Ahora Él hablaba mixteco. Su Palabra llegaba directamente a sus corazones, en vez de entrar por un oído y salir por el otro.

Conforme más traducía más dificil resultaba. ¡Habían tantos conceptos dificiles! Habían tantas cosas que sinceramente no entendía muy bien. Fue tan dificil escribir ciertas palabras que no parecían tener ningunas letras en común con el alfabeto del español. Pero ningunas de estas barreras le frenaba porque Dios le estaba ayudando. Era un hombre con una misión que cumplir.

La maestra ayudó a la gente a construir un templo con el apoyo de otras iglesias de su denominación de la misma región. Luego la iglesia de donde venía ella decidió tomar la iglesia como una misión a su cargo. Se enviaron ministros a la iglesia a predicar, sin entender que sus mensajes en el español serían poco entendible. No todos los que llegaban fueron reciptivos al anciano con su cuaderno, así que pasaban semanas en que no tenía él la oportunidad de leer durante un culto. Pero esto no afectaba a las cuatro o cinco señoras mayores que regularmente llegaban a su casa para escucharlo leerlo. La mayoría de los ministros no duró mucho en el pueblo. La barrera lingüística y las dificiles condiciones de vida en el pueblo provocaban que muchos regresaran a casa desilusionados.

Un día un lingüista cristiano de los Estados Unidos empezó a visitar al pueblo con la meta de ayudar a la gente a producir libros y traducir la Biblia a su variante de mixteco. En su primera noche en el pueblo se encontró con el anciano y se rebosó de emoción al enterarse del contenido de su cuaderno. Inmediatamente el anciano comenzó a ayudar al joven lingüista a aprender su idioma. También empezó a dictarle sus traducciones. Empezaron a dialogar sobre los conceptos con que luchaba el anciano para traducir y otros que estaba malentendiendo. Al paso de los años el anciano y el lingüista laboraron juntos traduciendo las Escrituras. El Evangelio de San Marcos llegó a ser el primer libro de las Escrituras publicado en aquel lugar. Trece años después de la llegada del lingüista el anciano sostuvo en sus manos un borrador del Nuevo Testamento entero.

El anciano pasaba horas leyendo el naciente Nuevo Testamento y corregía los inevitables errores en mixteco que el lingüista repetidamente introducía al texto. Pero la vida le había sido muy duro con él, y el liqor de su pasado cobró un alto precio. Un día empezó a escupir sangre y el lingüista lo había llevado al hospital a más de una hora de camino. Los doctores intentaron extirparle su vesícula sin exito. Sus hijos, quienes ya vivían en la ciudad moderna donde se encontraba el hospital intentaron que se quedara allí. Pero no le interesó para nada. Amaba a su pueblo y le encantaba leer de su cuaderno a la gente. Así que regresó, pero un día se colapsó repentinamente en un campo cerca de su casa. Aparentemente había sufrido un infarto cerebral. Perdió el conocimiento, su higado dejó de funcionar y pasó a la gloria. El lingüista, quien tuvo la oportunidad de compartir unas palabras en su funeral, explicó que, aunque tal vez la gente no se había dado cuenta, había vivido entre ellos un héroe.

Había sido su sueño que su gente tuviera la Biblia en su idioma. El sueño ha continuado. El Nuevo Testamento completo ha sido revisado y grabado y está disponible a la gente. Prontó la versión impresa estará lista.

La maestra, quien todavía realiza visitas al pueblo, está contenta al refleccionar sobre la semilla sembrada en el corazon del anciano durante sus estudios bíblicos, la cual creció a pasos agigantados al punto de leer él de su cuaderno maltratado y ahora todo esto. Ella sufrió mucho durantes esos primeros años, al igual que el anciano. Pero ya con este fruto se ve que todo valió la pena. Ella da gracias a Dios. Solo Él pudiera lograr algo como esto.